Como cruzar el desierto al atardecer, con polvo en los zapatos y algo valioso en el alma. Entre dunas, te encuentras un cofre cerrado. No sabes quién lo perdió ni por qué, pero al abrirlo, huele a bergamota, pomelo y corteza de limón cortando el calor seco como una ráfaga inesperada. Luego vienen la hoja de clavo, el oud ahumado y el ámbar, que se aferran a la piel como una promesa antigua. No es un aroma que pida atención. Es el que huele a decisiones tomadas lejos del ruido. Noble, terroso, con la elegancia de quien ha caminado mucho… y ya no necesita explicarse.